Amigos. Aquí unos breves fragmentos de una novela corta, aún sin nombre. Relatos reales y otros nacidos a partir de ellos y recreados en los años del colegio 2 de Mayo y la bella ciudad de Caraz. Mis afectos y cariños a esa gran comunidad estudiosa dosdemaina. Un fuerte abrazo.
¡el recuerdo del viento…!
(Fragmento del primer borrador 1986)
"cualquier similitud con la realidad, son pura casuela”
(...)
Terminaba el cuarto año, veía en la puerta mi deseo haciéndose realidad. Por fin llegaba el quinto año de secundaria. El amor en su plenitud y nuevas facetas y experiencias.
Concluyeron también las vacaciones, con sus cosas, algunas dignas de olvido. Ya me encontraba en las aulas del colegio esperando empezar, lo que hace años me parecía nunca llegaría.
Veía a mis padres con más años encima, igual a mis profesores, a mis compañeros –a algunos nos pintaban ya los afanes de bigotes y barba, los bellos en las axilas y los testículos-, y todo aquello que me rodeaba y tenía vida. También mi colegio con sus aulas, sus sillas, sus carpetas rayadas, algo rotas, pintarrajeadas; inclusive el piso estaba viejo y deteriorado. La resucitada piscina del colegio estaba remodelada como algunas aulas. Eran vivos testimonios de su longevidad, tradición y memoria. Aquellas paredes de adobe extremadamente anchas, los tableros de básquet que colgándonos lo enderezamos, limpiamos gran parte del desmonte de los pabellones que estaban en escombros. Testimoniaron un par de pinos ciprés y la urna de la virgen de Fátima, maltratada por los años y el terremoto del 70 y, ni qué decir de los instrumentos de la banda de músicos antiguo como sus melodías del recuerdo y sus memorables retretas en la plaza de armas de la ciudad. Tantas cosas hicimos para hacerlo más habitable los nuevos ambientes construidos en el viejo y glorioso y centenario colegio.
Ya cabalgábamos en quinto de secundaria. Nadie estaba encima nuestro, todos por debajo, empezando por los “primariosos” y su respectivo respeto. El aniversario del colegio, la selección de básquet, fúlbol, y un extenso etc...
También se iniciaba una década maravillosa, la de los 80 con las películas que llegaron con cierto retraso: Jhon Travolta y Olivia Newton, Beegees, Abba, Kizz. Aparecerían Michael Jackson y Madona; así como los grupos rockeros en español Virus, soda Estereo, Enanitos verdes, Los prisioneros y otros. La tecnología se hacía más visible en todo el mundo. La globalización daba sus primeros y firmes pasos. Y, como la fresa del pastel, Gabriel García Márquez ganó el Premio Nóbel de Literatura y yo, leería dos años después Cien años de soledad y guardaría por siempre el nombre de José Arcadio Buendía y el memorable Macondo.
(...)
Algunos cómplices de dichas normales y afiebradas noches... A ellos mis recuerdos y fervientes deseos de éxito en la vida.
(La foto es en la plaza de Arequipa)
Llegó el día esperado de la excursión. Partíamos rumbo al Cuzco. Un viaje con sorpresas, extravíos, emociones, suspiros, afectos fallidos y camaradería –viajábamos en un ómnibus de cuarenta y dos asientos, para igual numero de estudiantes; pero como no todos pudieron ir, viajaron algo de seis personas entre asesores y padres de familia-. Unos a joder y otros a entorpecer. Era un bus novedoso por entonces, de tecnología Marcopolo, con luces personales y aire acondicionado (aunque no era tan cierto, sudaban las espaldas y los traseros de los pasajeros, acordándose de la madre del chofer).
La noche que llegamos, fue causa de admiración para nosotros los turistas, llamémoslo así, era impresionante la vista que ofrecían sus calles, la catedral, la iglesia que se situaban a los costados de la plaza Mayor, los restaurantes, bazares, joyerías, discotecas y peñas. La sugerente iluminación de todas las construcciones que rodeaban la plaza. Era desde ya espléndida y majestuosa, así como todo lo que conoceríamos desde el día siguiente, que incluían museos, iglesias y restos arqueológicos.
(...)
Esa misma noche pensamos ir a la discoteca, a una que estaba a unos metros de la plaza y por supuesto después de cenar; sería de ocho a nueve de la noche. Y claro, que fueron; yo me perdí adrede con Violeta y tuve un altercado imprevisto, teniendo como consecuencia volverla a su grupo. Mientras tanto, mis amigos y las amigas de promo se fueron a bailar cuando se reunieron todos. Yo, mientras tanto en un parque, a un par de cuadras arriba de la plaza Mayor, meditaba; hablaba con el viento frío que sentía por mis piernas. Quedé sentado en una banca solitaria de la plaza. Conversaba con mi frágil, embobado y estúpido corazón. Y claro que no dejé de admirar esa nueva y ansiada capital arqueológica de américa (en su ambiente nocturno) y respirar el aire de la ciudad sagrada de los incas.
Al cabo de hora y media, aproximadamente, al caminar por los alrededores me encuentro con unos amigos que buscaban a una pareja de estudiantes que al parecer se habían extraviado, ya que no aparecían por ningún lado en la romántica noche, hecha de penumbras y estrellas que cuidan cual centinelas de lo azul del firmamento y también de calles extrañas. Me pidieron que los ayudara a buscar –eran algo de cinco varones e igual número de mujeres, y, un par de padres, que no habían entrado a la discoteca, por aquellas calles desconocidas para nosotros-. Nos separamos para buscarlos, asta que nos topamos con otros amigos, enterándonos que ya no era necesario seguir en la búsqueda, porque los extraviados ya estaban reunidos con los demás compañeros, y estaban bien. Era una tranquilidad.
Entonces regresamos para reunirnos con los demás, pero yo tenía que estar solo nuevamente, quería pensar en mis cosas. Así que me separé del grupo sin hacer notar mi ausencia. Caminé sin saber dónde llegaría a dar, solamente sabía que quería estar solo para pensar en mí por un momento, y hablar conmigo mismo. Caminando sin rumbo, llegué a un parque, unas cuadras arriba de la plaza Mayor, me senté a cumplir mis deseos allí. Todo pasó lenta y rápidamente, tuve tiempo para pensar bien pero se había hecho tarde como no lo tenía planeado, era pasada la media noche. Mis amigos en el hotel ya, no notaron mi ausencia con la grata compañía de la que contaban, un buen ron, para celebrar por todo.
Regresé despertado por el frío que entumecía mis mejillas y tullía mi cuerpo –el cigarrillo se me había apagado y por allí no caminaba nadie para pedirle un cerillo-. Un emolientero me dio fuego y llegué al hotel con un cigarro humeante y reconfortante. Fue mi único acompañante aquellas horas.
Ingresé al hotel, cuando en esos instantes, estaban cerrando la puerta. Presuroso y aliviado subí los escalones de madera del antiguo hotel Palermo que rechinaban a mi paso –ya que nuestros cuartos estaban ubicados en el segundo piso-, con mi pensamiento al parecer herido. Abrí la puerta del cuarto y encontré a los amigos en sus respectivas camas y en plena tertulia abriendo una botella de ron Cartavio rubio –dormíamos ocho varones en un solo cuarto, especial para excursionistas, de esos con baño externo y ninguna comodidad-. Cerré la puerta lentamente y me apoyé de espaldas sobre ella. Observé el cuarto. Recorrí con la mirada absorta. Vi las camas y oí lejanamente el barullo de los muchachos, que al parecer me miraban. Las camas estaban hundidas –ello lo comprobé cuando me recosté y me sentía como en una hamaca, al sentir que mis glúteos llegaba casi al piso– se dieron cuenta ellos de algo, que yo no podía darme cuenta; era mi comportamiento y seguro mi semblante. Animados, quisieron también hacerlo conmigo con la botella en la mano, a lo que miraban mis ojos con ansias locas, esperando borrar mi murria deprimente.
Al parecer lo consiguieron, me sentí cuerdo y pensé que el ron puro sería demasiado fuerte para tomarlo así, pedí un voluntario para que salga a comprar como sea un par de gaseosas para mezclarlo; pero como era demasiado tarde y ya estaba cerrada la puerta nadie se atrevió a salir. Teníamos que tomarlo puro.
También estaba dispuesto a tomarlo, porque alguien dentro de mí me decía: “es para ti también”. Tomamos sin vaso, sin música; parecía un auténtico velorio –no como en el que más se ríe y se hace sentir el barullo de los acompañantes en una plaza.
¡Ah! Allí también había otros lastimados, fabricados por las ganas de saborear con un motivo el trago. Total, lejos de la tierra y entre patas, cualquier motivo era bueno como catarsis.
Como eran dos filas de camas, cuatro en cada lado, y ahora cada uno en su cama, había uno que hacía de mozo; tomábamos a puro “pico”. Era fuerte, al pasar por la garganta lo sentíamos como ácido. A media botella ya estábamos mal, veíamos las cosas por duplicado o como imágenes movidas y hasta borrosas.
Tenía rabia –sobre todo mi boca –me dio esto coraje para tomar un prolongado sorbo; comparado, sería de tres a cuatro tragos de mis compañeros. Todo seguía su curso. El licor seguía con su trabajo. Empezamos a sentirnos más sensibles entonces y la desinhibición y la euforia sentó su dictadura.
Se inició el llanto por un lado, y luego se formó un coro de llorones –pedían un tribunal para juzgar a las causantes de dichos agraviados-. El baile mímico y mudo por ratos, era la causa de una risa socarrona que desterraba por unos segundos al llanto. No teníamos allí ni grabadora ni radio. En momentos de lucidez, podía comparar aquel cuarto, con una fiesta de locos del Larco Herrera que esperan al chapulín Colorado o más bien me daban la idea de ser miembros de la “Sociedad de heridos anónimos”.
Ya una vez todos calmados del llanto, y, entre risas y comentarios, terminábamos la enorme botella de ron; y nosotros terminamos por no poder pararnos derechos unos segundos; estábamos como el hombre plástico, es decir, estábamos en “alta frecuencia” y tambaleándonos. En unos segundos de silencio, sentimos unas pisadas que se acercaban a nuestra habitación. Alguien que se creía pitonizo dijo que sería el asesor de la promoción y entre la confusión apagaron el foco. Todos querían cubrirse con las frazadas en sus respectivas camas, pero en lo que nos quedaba de lucidez, pensé en sacar el foco de la habitación, por si ingresaba al cuarto, prendía el foco, y nos encontraba en esas brutales, catastróficas y seguramente reprochables condiciones. Pero no podríamos evitar reconozca el olor a licor que se sentía en la habitación cerrada. Así que susurrando órdenes acataron hacer una pequeña torre humana, cruzando las manos para yo poder pisar allí y subir para aflojar el foco. Pero para comenzar, los de la base, se paraban no muy bien y cuando empezaba a apoyarme en el hombro de Caihua, parecían que bailaban; pues ninguno quedaba bajo el foco, se iban de un lado a otro, conmigo encima, en plena oscuridad. ¿Podía electrocutarme?
Haciendo un esfuerzo entre carcajadas, algunas contenidas de temor, se estabilizaron y trepé; pero yo, ya era el que no podía agarrar el foco, ni con las dos manos, se movía por todos lados. Lo volvimos a intentar, esta vez por no darme yo por vencido y dejar que otro suba. ¡Ahora sí!, agarré el foco y en un segundo se me fueron las ganas, estaba recontra caliente, creo que como un fierro rojo en la fragua –demasiado caliente carajo-. Se dieron cuenta cuando chisté y bajé las manos como si tuviera una víbora en mi mano; entonces me alcanzaron un pañuelo, con el cual, recién pude sacar el foco –debí haberme visto como un mono colgado del alambre que pendía del techo y el que tenía en su extremo, el foco-. Se reían en tanto mis compinches de habitación, que una vez sacado el foco, lo hice estrellar contra la pared; quería reírme y oír algo parecido a una avellana en la oscuridad en la que quedamos, y yo aún encima de mis cargadores, estábamos al borde de mearnos de risa (mejor dicho nos cagábamos de la risa). Nos olvidamos de todo lo que sucedía –nos pusimos a bailar música de caníbales-, mientras que uno salió a abrir la puerta, era el que hacía el papel de mozo, que nos sugería no hacer bulla y acostarnos.
Se hizo silencio para ver, quién era el que llamaba a la puerta. No era nadie, afuera sólo había silencio (serían delirios de persecución de culpa?). Se filtró la luz del pasadizo e iluminó ligeramente el cuarto. Me hizo una señal para aguaitar. Me aproximé, miré a uno y otro lado, cuando sentí que fui empujado ante mi tardía resistencia. Cerraron la puerta y sentí el frío y el bochorno en todo el cuerpo, excepto debajo del breve y moderno calzoncillo azul como mi esperanza. Alcancé a escuchar sonrisas femeninas de cuartos contiguos, y en pleno desconcierto y frío, se reabrió la puerta de pino y vidrios, vetustos por el uso. Cerraron la puerta después de mirar de reojo por si alguien se había escondido después de tocar la puerta, y siguieron los festejos y el abucheo. Continuó la fiesta, cada uno ya en su cama cuando alguien se quejó. ¡Carajo! ¡Quién mierda me ha tirado un zapato a la cara! –eran las botas de Valvash, esa botas punta de acero talla 44-. Todos empezaron a reírse como salvajes, el desenfreno se apoderó de la mancha, para luego callar y quedar en silencio absoluto.
Cuando, para romper aquel silencio, se levantó Nosferatu y se puso a mear en pleno cuarto y sobre el piso de madera –ya veíamos algo en la oscuridad porque nos estábamos acostumbrando a ella-. Volvió a retumbar el piso de madera con los brincos de celebración y risotadas. Terminando de hacer su necesidad, murmurándole el recuerdo de su amor, se fue a dormir. Nuevamente se llenó de silencio la habitación, hasta que vimos botas y zapatos “voladores”, que en su mayoría terminaba estrellándose sobre uno de nosotros, a algunos en la cara. Metralleta que suponía ser invisible se levantó de su cama para ir donde su vecino Angelito y voltearlo cama y todo. Me puse a un lado de mi cama y vi a alguien con su cama encima y granputeando. A otro lo levantaron con su cama y lo enterraron con colchones que aparecían de todos lados. Lanzaban almohadas y lo que encontraban a su alcance. Yo siempre fui un santo ¡carajo!
Fue pasando todo igual que el licor se iba evaporando en nosotros. Volvió a la calma todo, y uno por uno en la oscuridad agotado fue buscando sus prendas y acomodando sus camas, se fueron quedando profundamente dormidos, sobre las camas desordenadas y mal tendidas.
Todo terminaba. También tuvo que terminar la primera noche.
(...)
El día que regresamos a la Caraz, era la clausura en el colegio, era diciembre; pero para nosotros era la última clausura, el día en que tenía que despedirme para siempre de mi colegio y que sería grabado en mi mente con las lágrimas de emoción para el recuerdo. Sólo teníamos unas horas para descansar y luego arreglarnos e ir al colegio y asistir a la ceremonia.
Había llegado el día deseado y no deseado con el tiempo, pero tenía que llegar y ya estaba junto a mí.
Pasó esto, y sigo aquello que me decían: terminando en el colegio, tienes que seguir estudiando la profesión que desees tener. Hoy, lejos, comprendo lo que me querían decir en el colegio y nosotros a veces no les escuchábamos o no les comprendíamos, también comprendo que los años vuelan, y que todo llega con el tiempo, si se vive, y que no hay por qué desesperar. Ayer era aún un niño, y hoy empiezo a ser lo que de chiquillo quería ser. Pero no me quedo así -mientras viva-, seguiré caminado. El esfuerzo tiene como recompensa el éxito y la satisfacción personal.
¡Cómo pasan los años!-…
Irreconocibles estos lindos chibolos...
en la versión completa, las historias
y ocurrencias desde el jardín de infancia y los años posteriores ala fiesta depromoción. Yo mismo no creoque hayamos hecho tantas barbaridades...
(recordada noche en el hotel Palermo - Cuzco)
PLG promoción 1982 CNM 2 de Mayo Caraz Ancash Perú américa del sur planeta tierra, etccc